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Aprovechando una oferta de Groupon de hace unos meses, y viendo que se presentaba una semana soleada y con buen tiempo, nos decidimos a hacer esta ruta a caballo por el Parque Natural de Doñana.
De los que íbamos, Mariló, Beatriz y yo, ya habíamos montado anteriormente a caballo más de una vez; Ana montó una vez, sola, cuando estuvimos en Cazorla hace un par de años; el nano montó aquel día de Cazorla con el guía porque era demasiado pequeño; Lorena solo había montado una vez en la Feria de Sevilla, para hacerse una foto. En definitiva, esta ruta iba a ser el bautismo de al menos Luis y Lorena, aunque para Ana, que le gusta todo tipo de bicho, por muy arácnido, acuático, peludo o extinguido que sea, la ilusión era la misma que la de los otros dos.
La empresa en cuestión es modesta, lo mismo que sus instalaciones; nos atendió Juanma, el guía, que estaba un poco desbordado por estar solo; preparar las monturas de un total de nueve caballos con sus respectivos ajustes, explicaciones, consejos, vigilancia, y encima mostrar amabilidad y gusto por lo que hace todo al mismo tiempo puede llegar a ser agotador, y sin embargo lo consiguió con aprobado alto.
La ruta consiste en recorrer algo más de 7 kilómetros a través de un bosque de pinos, rodeando el acantilado que da al mar y terminando por bajar a la playa y por último subir por un corredor hasta llegar de nuevo al picadero. El tiempo del trayecto son dos horas.
Comenzamos con una hora de retraso de la prevista, que eran las 10:00 de la mañana; el tiempo necesario para preparar los caballos y una charla previa de como cabalgar con un "mínimo de estilo"; sobre todo referente a coger las riendas y la pose. Al final más de una parecía un trasto encima de un bicho con cuatro patas (que no me refiero a tí Mariloo).
En el tiempo de espera, los niños jugaron con unos perritos que nos acompañaron durante toda la ruta.
Los niños quieren más a cualquier perro pulgoso de la calle que al nuestro propio.
Este pobre debe estar tan necesitado de cariño que cogía las posturas más raras.
Al principio los niños y las mujeres estaban un poco preocupados; los primeros por el hecho de subirse a un caballo tan grande; las segundas porque NO sabían si eran capaces de subirse (al final lo consiguieron).
Ana explicándole al caballo que tenía que ser bueno y portarse bien.
Poco a poco fuímos subiendo a los caballos y Juanma nos dijo que fuésemos practicando un poco a manejarlos; el resultado es que cada caballo hacía lo que quería y el de Luis dió como dos vueltas al recinto a su bola.
Ana fué la primera en subirse; su yegua se llama "Rociera".
El Luisillo se montó al final solo; se planteó que montara conmigo pero dije que de eso nada. Su yegua es "Regalá".
Lorena montaba a "Yombi" (o por lo menos así sonaba)
Ya por fín todos preparados. En total éramos nueve; Juanma el guía, nosotros seis y una madre y una hija que tenían experiencia en doma y traían sus cascos oficiales, sus botas oficiales, sus pantalones oficiales y todas sus cositas oficiales; y nosotros dando el cante absoluto.
Al principio todos salimos juntitos, al paso; pero como en vez de nosotros montar a los caballos, más bien ellos nos llevaban, algunos empezaron a medio trotar y otros se quedaron rezagados; yo iba con Juanma delante y cuando me quise dar cuenta no veía ni de lejos a Mariló que iba última.
El paisaje es realmente bonito y combina el bosque de pinos con dunas que, al llegar a la parte superior del acantilado, dejaban ver bonitas vistas del mar.
En algunas zonas se veía más basura de la cuenta; Juanma me contó que eran de los cazadores de pájaros; es vergonzoso que haya gente que trate el bosque así, y mucho más si se trata de cazadores.
El caballo de Luis, que iba un poco a su bola, se puso segundo y así nos fuímos acercando a la playa después de bajar desde los acantilados.
En la playa se había formado una laguna de medio metro de profundidad que atravesamos con los caballos; sin duda esta parte de la ruta es la más bonita con los caballos cabalgando sobre el agua.
Me quedé con las ganas de trotar por la playa, pero se ve que en la teoría está prohibido (según Juanma) así que no insistí.
La vuelta fué tranquila y rápida.
Y todos llegamos sanos, salvos y contentos por la experiencia.
Hacía un día estupendo y calorcito al sol, así que fuímos a la playa del Parador y comimos en la arena de la playa; los niños estuvieron subiendo por una rampa del acantilado mientras los adultos medio dormitábamos al calorcito del sol.
Después de comer fuímos al Parque Dunar de Matalascañas y estuvimos paseando por él; el museo marino solo abre entre semana y hasta las 14:00 (buena visión turística), así que lo dejamos para otro día; allí nos informamos de otra ruta, pero esta vez en camello, que dejaremos para otra escapada.
Allí nos hicimos estas fotos.
A la vuelta, como era de esperar, se quedaron los tres fritos en el coche.
FIN
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